sábado, 29 de agosto de 2009

CUANDO EL RIO SUENA…. Diamela Eltit




A lo largo de la historia una de las figuras más misteriosas y oprimidas por el universo social ha sido el niño. Producido, escrito y descrito por el poder de las instituciones –la familia, la escuela, la iglesia, el trabajo- su presencia social estuvo ligada a la categoría de objeto y no de sujeto. Administrado por las ideologías se construyó el niño “oficial” que poco o nada tenía que ver con la realidad social masiva de la infancia, marcada por el trabajo precoz de carácter esclavista, los abusos sexuales y la violencia física. Pero el racionalismo del siglo XVIII abrió un nuevo escenario y los tiempos se encargaron de desalojar la violencia explícita (escolar, familiar) como condición “natural” y, más aún, deseable para una buena formación social.

Hoy el niño es configurado según los dictámenes de los grupos dominantes: la burguesía y su correlato económico el capitalismo. Fue este sistema el que hacia finales del siglo XX decretó que el niño tenía derechos específicos y de esa manera alcanzó el estatuto de sujeto cuando se puso límites particularmente a la familia que ostentaba el absoluto control del alma y del cuerpo del niño.

Esos derechos fueron establecidos por el sistema justo cuando el mercado globalizado diseñó y atrajo hasta sus redes al “niño consumista”, ese niño que ya no aspiraba a los juguetes de madera o de cuerda ni menos a heredar la ropa usada de sus hermanos.

El ultra mercado primero generó y luego capturó el deseo del niño y lo transformó en un cliente preferencial. Se abocó tanto al lujo como a la copia del lujo, y no desechó aún la falsificación de las marcas: celulares, computadoras, ropas, vajillas, muebles, accesorios de alto diseño, son las ofertas que rondan y modelan los imaginarios infantiles.

La instauración efectiva de los derechos del niño coincide con su ingreso masivo al ultra mercado como consumidor pleno y es ese consumo el que rompe su categoría de objeto y lo califica como un sujeto con derechos, en la medida que incrementa de manera notable las ganancias.

Mientras los derechos de los niños se erigen como centro en un mundo que se desea humanista, la ley se deja caer sobre el (otro) niño para ficharlo y penalizarlo lo más precozmente posible, a ese (otro) niño que no compra sino que roba y rompe el pacto que cautela la propiedad privada
Pero ese (otro) niño a su vez es asaltado, “a cámara armada” permanentemente por la televisión y los discursos públicos que lo usan y lo exhiben para sembrar el pánico social, subir el rating y satisfacer a plenitud a los auspiciadores.

Ese (otro) niño es mostrado como un mero objeto social; mudo, desconocido, carente de subjetividad, en suma un “mal” salvaje que profundiza el terror de la mirada (burguesa) hacia los sectores populares donde se puede inferir que “hasta los niños son criminales consumados”.
Sin ética alguna, la suma de voces han convertido al niño delincuente en un paradigma social despreciable y, de esa manera, reproducen y multiplican no sólo la inequidad (Chile es uno de los doce países más desiguales del mundo) sino fomentan en la población marginalizada un comprensible resentimiento.

El Cisarro, actual y fugaz protagonista noticioso, es enteramente una víctima social, no sólo por sus condiciones familiares y culturales sino que se ha constituido en un cuerpo explotado por los espacios mediáticos, por la derecha política, por la `policía, por el gobierno y por el Estado. De manera vergonzante han usado y abusado de su imagen para establecer pedagogías falsas, amenazantes o zalameras.

El Cisarro, un niño de 10 años, existe como imagen porque su captura provocó la solidaridad de sus pares, los “otros” niños que buscaron devolverlo al espacio de la calle. Fue ese gesto y esa gesta infantil -que cita los operativos de liberación de los presos políticos- la que propició el escándalo. Existe en el Cisarro un eco político que perturba y atrae a la opinión pública.

Pero el Cisarro ya está escrito. Hace mucho tiempo lo narró de manera impecable Alfredo Gómez Morel en su novela de formación del niño delincuente: El Río. Un río que suena, resuena y nos trae las mismas dramáticas piedras casi cincuenta años más tarde.


Diamela Eltit
Publicado en The Clinic, agosto 2009

martes, 11 de agosto de 2009

Porqué adhiero a la campaña de Jorge Arrate, Nelly Richard, crítica y ensayista

1 de Agosto 2009.


IZQUIERDA: Adhiero a la campaña de Jorge Arrate porque es quién representa de forma más nítida y contundente, más austera, la opción que se grafica en este “100% de izquierda”. Me seduce una propuesta que no sólo no evade la palabra “izquierda” sino que la invoca y la convoca. La izquierda, hoy más plural y fluida en sus contornos, nombra un horizonte de lo igualitario y lo libertario cuya tradición –siempre abierta a relecturas- sigue vitalmente activa para impulsar propuestas de democratización del poder y de radicalización democrática.

La palabra “izquierda” nombra una tradición de reivindicaciones y combates populares –nobleza y dignidad- que componen una memoria: un archivo de luchas sociales pero también de símbolos, de pasiones y de afectos que es necesario rescatar para que el presente no sea pura instantaneidad mediática que se disuelve en el reinado de lo efímero, lo cambiante y lo intercambiable. La memoria de la izquierda –encarnada, en el caso de J. Arrate, por el socialismo-allendismo- nos sirve para historizar un presente que no puede ser reducido al flash noticioso de la actualidad publicitaria que lo vuelve todo desechable para fabricar olvidos.

100 % DE IZQUIERDA: Me gusta que el “100% de izquierda” de J. Arrate no tenga miedo de ir contra la corriente (la de las encuestas) que erigen a la opinión pública en sustituto de la sociedad civil: una opinión pública formateado por las tecnologías comunicacionales de la mediatización de la política. Me gusta que la campaña de J. Arrate revierta paródicamente el 1% de las encuestas con un 100 % de compromiso ético y de radicalidad creativa a través de ese llamado a artistas e intelectuales a reinventar las palabras “cambio”, “transformación” y “emancipación”.
El 1 % de las encuestas participa del orden numérico de la cuenta y los recuentos. La izquierda siempre ha tenido que ver, de distintas maneras, con los desfavorecidos por los cálculos: con los que no cuentan, con los que no son parte de, con los que están de más (sobrantes) o los que están de menos (excluidos, negados, rechazados). El “100% de izquierda” involucra, finalmente, a todos aquellos que no calzan con el orden general de los repartos, de la distribución y las asignaciones (de propiedades, identidades, clases, género, etc.) . A todos aquellos que se sienten perjudicados por las lógicas dominantes de lo cuantitativo y con los recuentos de la política como simple cálculo y administración de intereses: una política que segrega a los que no calzan, porque el desajuste del no-calce interrumpe la homogeneización del consenso normalizador.

NO-EXCLUSIÓN: La campaña de J. Arrate se pronuncia a favor de la inclusión en materia de régimen político y sistema electoral, para ampliar y diversificar las redes de participación que reforzarán una ciudadanía activa. Pensada desde la cultura, la no –exclusión significa no sólo la incorporación de lo marginado por los pactos hegemónicos de la política institucional. Significa también el deseo de multiplicación de las diferencias. La cultura –concebida como una zona de disputas de significaciones, representaciones e interpretaciones entre discursos, identidades, relatos, subjetividades, etc- defiende un pluralismo crítico que reivindica la diversidad, pero sin disolver las oposiciones ni anular los antagonismos: algo contrario al liberalismo de mercado que se congracia con el menú de la diversidad a costa de que ninguna confrontación de juicios y posiciones desarmonice su banal suma de ofertas.
La inclusión es multiplicidad y también disenso: activación de lo plural y lo heterogéneo, de lo discordante, en contra de la uniformación del pensamiento único y del consumo acrítico. La mirada política de la cultura se muestra siempre más atenta a lo disidente y lo oposicional que a lo consensuado y lo unánime. Explora los pliegues e intersticios de universos de lucha en los que la tensión entre dominación y resistencia no obedece a una lógica única, totalizante, sino que se expresa en posicionalidades locales y contingentes, múltiples y fluctuantes.

EMANCIPACIÓN: Los gobiernos de la transición han tenido como consigna el “realismo de lo posible”, debido al pacto neutralizador entre consenso y mercado. La palabra “izquierda” encierra el compromiso ético-político de una no-renuncia a lo emancipador: a lo que compromete la imaginación crítica a expandir los límites de lo posible, a desear lo que aún no está formulado, a incitar el presente a que libere sus devenires-otros en un proceso de transformación siempre inconcluso.
El dimensionamiento crítico de la cultura en una constelación de izquierda(s), nos invita a marcar la diferencia entre la política (la administración de los medios para conquistar o ejercer el poder) y lo político (las luchas por el sentido y las luchas de sentidos en torno a las definiciones hegemónicas de lo social y sus bordes de insatisfacción).

CULTURA: El listado de quienes apoyamos a J. Arrate (artistas, creadores y pensadores) nos permite restituirle a la palabra “cultura” su espesor discursivo para sacarla de la versión burocrática-administrativa que, en nombre del mercado cultural, de las industrias culturales y de las políticas culturales, la reduce a los vocabularios planos de la gestión y del servicio, de la planificación y la ejecución.
La cultura no es un suplemento decorativo que debe ilustrar los programas políticos. Nombra un espacio –denso y tenso- de formulación de imágenes e imaginarios que trabajan con los residuos y los excedentes de sentido, con las fallas y lapsus del sistema, con lo que no sabe integrar la racionalidad económica y sociopolítica.
La transición ha favorecido a los “expertos” que desplazaron a los “intelectuales críticos” en el mercado de los saberes (bien) remunerados. Ha reemplazado el cuestionamiento del orden (las preguntas incómodas que no le temen a dislocar el sentido común de los pactos de comprensión dominantes) por el conocimiento tecnificado que se adapta funcionalmente al reticulado productivista de la agencia neoliberal.
Los artistas, creadores e intelectuales reunidos en torno a la campaña de J. Arrate sabrán replicarle a la comodidad de la cultura ya convertida en patrimonio o en servicio, con la vibración utópico-contestaria de una cultura crítica –insatisfecha- que siempre ha inspirado a los imaginarios de izquierda(s) .